Tantas y tantas palabras merecen esas cosas
que no tienen ni si quiera un lugar
en la esquina de una calle desierta.
El separador de un libro que me recordó
dónde, por ejemplo, encontré tirado
el enigma agridulce de la existencia
O la espátula que camina sobre
el sartén

ella, ¡heroína valiente!
hasta mezclarse con cada uno
de los olores efervescentes de la cena.
O ese invisible pedazo de papel
-vieja nota de calendario
que guarda la permanente cita aplazada-
y que a veces sostiene firme
la pata coja de la mesa.
Todos esenciales como
el tapete de la entrada o la tapa de la caneca,
o esa caja siempre llena de cerillas
cuando hace falta la candela.
Cosas que no cambian si no las tocas
que nos sostienen un poco más humanos
Todas tan necesarias, tan oportunas y tan anónimas
como el timbre con el que llamé
por primera vez a tu puerta.
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